OCURRE en nuestro país que cualquiera de nosotros se ha hallado o puede hallarse al lado de un ser prodigioso, sin darse cuenta de ello, sin maliciarlo siquiera. Puede ser en los mercados, en los mítines, en las faenas agrícolas, en las minas, a la orilla del mar, en una calle o en el cruce de una vía ferroviaria; porque a cualquiera de estos sitios concurrirá un día, seguramente —si no es que vive y trabaja allí mismo—, algún poeta popular.
"Se me asoma tu nombre", Quelentaro.
Conozco, por ejemplo, a Juan Segundo Placencia, minero de las minas de carbón; a don Miguel Luis Castañeda, pequeño agricultor de Cogotí; a Pedro González, mimbrero de Rancagua; a Francisco Ruz, que fue obrero ferroviario; a don Ismael Sánchez, maestro zapatero; a Roberto Bugueño, joven campesino del valle del Choapa; a José Cornejo Abarca, peón de la Hacienda de Acúleo; a Juanito Herrera Escobar, campesino de Quillota; al sabio don Raimundo Navarro Flores, campesino de Macul; al incomparable don Miguel Pino Pina, viejo minero de El Volcán; a Águeda Zamorano, obrera industrial de Santiago; a Lázaro Salgado, pallador que vive en Valparaíso; a Palmira Sánchez, empleada doméstica; a Camilo Rojas Cáceres, cauchero del Norte, y a cien más, cuya amistad me honra mucho.
Algunos de ellos no saben leer ni escribir; otros aprendieron "por pura curiosidad"; otros pudieron haber aprendido mucho más, muchísimo más, pero la vida los acorraló desde muy niños, imponiéndoles sufrimientos y exigiéndoles el sudor necesario para alimentar a la abuela, a la madre, a los hermanos, a los hijos, finalmente.
Y ahí están ahora, cada uno en su oficio, en su trabajo, dándose tiempo al alba o en la noche, o durante la faena, para enhebrar un verso tras otro, bien medidos y bien rimados, escribiéndolos en la fabulosa pizarra de la memoria, de manera que no se confundan con otros centenares y centenares de versos que tienen escritos allí mismo.
Patria mía generosa,
Patria mía generosa,
lo que te piden lo das,
desde tu pampa asoliá
hasta la zona lluviosa;
eres la piedra preciosa
que en América se alvierte,
pero yo quisiera verte
sin ni una desarmonía
y espero confiado el día
que Dios mejore tu suerte.
Así lo ha dicho, por ejemplo, Pedro González, enfermo, con los pulmones petrificados por la silicosis que las minas de cobre le dejaron después de veinte años de trabajo. Enfermo, hospitalizado, vuelto a mejorar a medias, trabajando de nuevo y cayendo al hospital otra vez, su hogar se deshizo. Alguien lo ayudó, finalmente, y ahora se halla en cura en un sanatorio, y sus hijos, bajo el cuidado de los amigos.
Cuando yo ando enamorado
naides me pone linderos,
me oriento por el lucero
a través del enquinchao;
nunca me quedo enredao
en la cama si es ajena,
soy gallo que da dos yemas
y me empino cuando canto;
doy alto y cortito el tranco
pa no enrearme en la espuela.
Esto lo dijo Luis Polanco, que conoció, de joven, las duras faenas del caliche, que. luchó, más adelante, en una época de sangrientos trastornos sociales y que ahora, cargado de años, pero siempre gallardo, sigue enhebrando versos, como lo hizo su padre, pequeño agricultor de Curicó y famoso cantor.
yo te quise honradamente
y nunca hei sido engreído,
pero tú habís preferido
olvidarme de un repente;
como mi amor fue prudente,
me dejaste en hora mala,
me dejaste en hora mala,
pero la que asi apuñala
causará su propia ruina,
que el que confiado camina
sin quererlo se refala.
Estas son las atribuladas palabras que dijera en otro tiempo don Venancio Castañeda, abuelo del joven obrero Luis Castañeda, también poeta.
No hay novio sin informarse,
no hay dormido sin su sueño,
no hay propiedá sin su dueño
ni oración sin persinarse;
no hay culpa sin confesarse,
ni viento sin tener aire,
no hay hijo sin tener maire,
ni borracho sin alcohol
y bajo la luz del sol
no hay cantora sin donaire.
Estas fueron algunas de las muchísimas advertencias que dejó escritas para siempre la sabiduría de don Abraham Jesús Brito, uno de los más fecundos y geniales poetas populares de nuestro país, pasado ya a la inmortalidad y conocido en otras lenguas.
Este amor tan verdadero
me tiene como hechizao,
muchas cosas hei pensao
sin ánimo lisonjero:
más hermoso que un lucero
tenis todito el semblante
y como soy fino amante
yo te voy a declarar
que jamás te han de igualar
¡os rayos del sol brillante.
Con tales palabras, y otras mucho más bellas aún, pudo haber enloquecido de amor a alguna moza campesina don Raimundo Navarro Flores; pero ya era muy viejo cuando empezó a componer versos. Ya no podía trabajar. Ya podía solamente —¡bendita ociosidad creadora!— componer décimas, en las cuales vació sus ochenta años de vida y experiencias.
¡Buena cosa!. . . ¿Qué hei de hacer
con toda esta mala pata?. . .
Dime, Chabelita ingrata,
¿quién me podrá comprender?
¡Te juro: te hei de querer
pa re-toitita la vía,
te doy mi vaca paría,
una potranca a elegir,
la chancha que está al parir
y además todas sus crías!. . .
Así habla el "huaso templao y sin suerte" de Alejandro Quintana, de Llepo, ahora obrero industrial que se empeña siempre en hallarle el lado cómico a la vida, pero que suele cantar también con profundo sentimiento y melancolía.
Qué tiempos que están corriendo
la luna, el lucero, el sol;
pregunto al mejor autor
qué años tiene el Padre Eterno;
qué tiempos que está existiendo
la santa Nación Divina;
y la estrella matutina
a cuánta altura estará;
si es un buen sabio dirá
cuáles son las quince esquinas.
Estas y muchas otras preguntas misteriosas que salen de sus lecturas de la Biblia formula Armando Paredes Espinoza, campesino de San Vicente de Tagua-Tagua, primo hermano de Luis Paredes Palominos, otro de los grandes poetas populares contemporáneos, hijo y nieto de poetas y cantores.
No cuentes nunca en la vida
que he sido un facineroso,
al fin he sido tu esposo
y tú mi prenda querida,
a mi familia en seguida
has de cambiar de apellido;
has de cambiar de apellido;
con el corazón te pido
este tremendo favor
en esta carta de amor,
en la cual yo me despido.
Son las últimas acongojadas peticiones que un condenado a muerte hace a su mujer antes de ser fusilado, según la interpretación de don Francisco Ugarte, poeta popular de Pupuya, tío abuelo de mi buen amigo el poeta Camilo Rojas Cáceres.
Cuando veranié en Reñaca
Cuando veranié en Reñaca
donde unas viejas pitucas,
comía puras pantrucas
y a veces cazuela é vaca;
como amarrado a la estaca
me tenían esas focas,
a veces iba a las rocas
cuando me sacaban pica;
a pesar de que eran ricas
comida daban re-poca.
Este es el tono de chanza con que canta a veces Francisco Ruz, jubilado ferroviario, amigo y compañero de correrías del que fuera famoso con el nombre de El Ruiseñor Curicano, uno de los juglares más graciosos de nuestro país.
Cuando se acerca el verano
Cuando se acerca el verano
verá lo que le conviene,
ver cómo llegan los trenes
cargados de ciudadanos;
a las brisas del verano
vienen a darse un recreo,
es más bien dicho un paseo,
bien lo tienen merecío:
entre el estero y el río
no habiendo como Llolleo.
Pero tiene otras bellezas y singularidades este rincón de Chile, en donde vive y trabaja el poeta popular Arturo Solís, campesino nacido y criado en ese pequeño paraíso terrenal.
Bajan de los portezuelos
Bajan de los portezuelos
muchos toros a bramíos,
furiosos, embravecíos,
van llegando al arroyuelo;
monto chúcaros en pelo,
lo que sí que con pretal,
en todas partes igual,
yo soy puro campesino,
y aunque no de los muy finos
de lomo tengo un pegual.
Nadie podía imaginar que este centauro es casi un niño, un muchacho de diecinueve años, Juan de la Cruz Herrera Escobar, cantor "a lo divino" y "a lo humano", buen tocador de guitarra y capaz también de pallar con cualquiera.
Un día el Águila Americana y el Cóndor Chileno sostuvieron un con-trapunto, al terminar el cual dijo la primera:
Al fin, bien claro se ve
que sos el Cóndor ufano:
cuando te pasan la mano
te agarras también el pie;
yo mis huestes mandaré
que te quiten lo enterado,
harto tiempo hei deseado
gobernar los altos Andes:
sin sacrificios muy grandes
tengo que hacerlo mi Estado.
Y a tan arrogantes palabras, el Cóndor Chileno contestó:
Por fin, yo soy muy castizo:
ven, cuando quieras te espero,
también te alvierto que quiero
tener un hijo mestizo;
hace tiempo que no piso
y estoy que ya me sublevo,
y si nunca has puesto un huevo
yo te hago los que quisieses,
y antes de los cuatro meses
ya tendrís cóndores nuevos.
Son las palabras finales, las despedidas del ingenioso contrapunto lleno de agudezas, de bizarría y de orgullo nacional, compuesto por el genial poeta popular que fue El Ruiseñor Curicano, parte de cuya obra ha conservado con veneración su compañero de andanzas Francisco Ruz.
Son las palabras finales, las despedidas del ingenioso contrapunto lleno de agudezas, de bizarría y de orgullo nacional, compuesto por el genial poeta popular que fue El Ruiseñor Curicano, parte de cuya obra ha conservado con veneración su compañero de andanzas Francisco Ruz.
Y un ¡viva Chile! al final,
que es el grito en este día
y saldrá con alegría
aunque lo pasemos mal;
el tricolor nacional
nuestro pecho hincha de gozo
y al verlo llamear airoso
se olvida todo el pesar
y se oye sólo gritar
el ¡viva Chile glorioso!
Así saludaba un 18 de septiembre Águeda Zamorano, obrera industrial de Santiago y presidenta de la Unión de Poetas y Cantores Populares de Chile.
"Lonconao", Quelentaro.